martes, 23 de junio de 2015


               EL PADRE QUE QUIERE SER EL MISMO

           Ya son varios años los que tengo contacto directo con padres y madres. Todos queremos ser y hacerlo mejor con nuestros hijos. Sabemos que la educación desde una actitud positiva, en la que imperen la empatía, la escucha, el estilo asertivo, el autocontrol, etc es lo mejor para nuestros hijos y su desarrollo.
Es estupendo ver cómo nos vamos esforzando y tomamos conciencia de la importancia del día a día con nuestros hijos. En su desarrollo también está el nuestro.

Tampoco podemos olvidar que cada padre y cada madre traemos nuestra "mochilita" repleta, o no, de recuerdos, experiencias, herencias, necesidades, deseos, carencias, debilidades, fortalezas, etc. Esto de ser un buen padre o madre en ocasiones resulta una presión diaria: parece que no se pueden perder los nervios, que hemos de saber leer entrelineas sin excusas, tener un equilibro emocional sin fisuras, saber gestionar el tiempo de forma eficaz, saber lo que hay que decir y callar en cada momento, dar ejemplo... Todo ello sin duda alguna es deseable; tan deseable como utópico en muchos momentos.

                                                       Resultado de imagen de un buen y mal padre

En mi andadura profesional y maternal he llegado al momento de saber y sentir que un buen padre también es el que se equivoca y reconoce y explica su error; el que enseña a su hijo a aprender de los resultados no deseados. Un buen padre también es el que alguna vez  no ha sabido decir o callar en el momento oportuno, el que se ha enfadado sin razón aparente, el que ha olvidado algo, el que ha dicho algo inoportuno....

Para mí, un buen padre es aquel que es consciente de lo importante que es tener hijos y se esmera por darles lo mejor sí; el que sabe que no es el padre ideal porque no sabe lo que es eso. Un buen padre el que aprende de sus hijos y se comunica con ellos de forma natural y constante. Todo eso es y mucho más es, desde mi  perspectiva, un buen padre o madre. Hemos de aprender a querernos y aceptarnos como somos y desde ahí desarrollarnos como personas. 

Quizás la clave esté en que nuestros hijos sepan que pase lo que pase les queremos y aceptamos tal y como son (maravillosos).

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